jueves, 23 de enero de 2014

Hemos leído...


"Como una novela" de Daniel Pennac. En ella el autor  reflexiona acerca de la lectura y de las causas por las que un lector en novel se convierte en un desertor que huye de los libros como si fuesen el peor de los castigos.  El autor nos da motivos de por qué no leen los adolescentes, entre ellos, el hecho de que esperamos que nuestros hijos sean lectores sin más, sólo por haberles llenado la habitación de cuentos y la casa de libros, cuando en realidad sólo ocupan espacio y nos debatimos entre ocupar tiempo o no a la lectura, cosa en sí, que ya da muestras de que el deseo de leer no existe. Otro motivo es el uso que hacemos de la televisión, a la cual se la eleva al estatus de premio por aquello de "si no lees te castigo sin tele", entrando así en una contradicción, en la que el libro es el castigo. La escuela tampoco sale bien parada. Su rigidez y anacronismo a la hora recomendar obras, la convierten en otra destructora de lectores, con el afán de rellenar fichas de comprensión lectora y hacer de cada libro un cadáver al que hay que practicar una autopsia. 

Pennac considera que el niño es un buen lector desde el comienzo y lo seguirá siendo si le entusiasmamos, en lugar de poner a prueba su comprensión, si estimulamos su deseo de aprender, si ayudamos a que sientan el placer de la lectura, y para ello nos invita a leerles gratuitamente sin preguntas ni razonamientos. Unas veces llegarán a dormirse, otras nos pedirá que releamos el mismo cuento para saber si no lo soñó, hasta que decida cambiar de texto e ir a otro. Veremos pronto el progreso cuando una noche diga que nos salteamos una línea. Tomará el libro y señalará dónde y la leerá. Otra noche querrá leer con nosotros, otra querrá comenzar él, y una noche dirá hoy leo yo. “Es fácil volver a encontrarlo. Basta con no dejar pasar los años. Basta con esperar la caída de la noche, abrir de nuevo la puerta de su cuarto, sentarnos a su cabecera, y retomar nuestra lectura común. Leer. En voz alta. Gratuitamente. Sus cuentos preferidos.”
El autor nos deja lo que él considera los 10 derechos del lector, que son aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura:
1) El derecho a no leer: La idea de que la lectura "humaniza al hombre" es justa en su conjunto, aunque tenga excepciones, pero tenemos que evitar que este teorema sea una verdad universal y convierta al individuo que no lee en un bruto o cretino, porque si no convertimos la lectura en una obligación moral y esto nos llevará irremediablemente a juzgar los libros por su "moralidad" y no por la libertad de crear.  
2) El derecho a saltarse las páginas: y las razones por lo que lo hacemos, sólo nos competen a nosotros. Insiste en qué seamos nosotros los que elijamos que páginas saltarnos y que no sean otros los se apoderen de las tijeras de la imbecilidad y corten lo que consideren demasiado difícil para ellos.
3) El derecho a no terminar un libro: el autor explica que es mejor dejar a un lado ciertos libros, que leerlos con desidia o con la sensación de no ser lo suficientemente competente para entenderlo. Dice "La noción de "madurez" es algo extraño en materia de lectuca. Hasta una determinada edad, no tenemos edad para determinadas lecturas, de acuerdo, pero contrariamente a las buenas botellas, los buenos libros no envejecen. Nos aguardan en nuestros estantes y somos nosotros los que envejecemos. Cuando nos creemos suficientemente maduros para leerlos una de dos: o se produce el encuentro, o es de nuevo un fiasco."
4) El derecho a releer: releer lo que nos había ahuyentado la primera vez, releer esas páginas que nos saltamos, desde otro ángulo, por comprobar, pero sobre todo gratuitamente, por el placer de releer, del reencuentro.
5) El derecho a leer cualquier cosa: Existen buenas y malas novelas (literatura industrial que reproduce los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos) pero tenemos el derecho a leer lo que nos apetezca en el momento oportuno.
6) El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual): la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones; la imaginación brota, los nervios vibran, el corazón se acelera, la adrenalina sube y el cerebro confunde momentáneamente, lo cotidiano con lo novelesco. Es nuestro primer estado colectivo de lector.
7) El derecho a leer en cualquier parte: ¿en el váter? ¡pues en el váter! Cuanta de unos versos alejandrinos grabados en una cisterna, que dicen “Sí, yo puedo sin mentir, y esto es doctrina, decir que leí entero a Gogol en la letrina”
8) El derecho a hojear: Cuando no se dispone ni de tiempo ni de los medios para regalarse una semana en Venecia, ¿por qué negarse el derecho a pasar allí cinco minutos?
9) El derecho a leer en voz alta: El hombre que lee en voz alta se expone ante los ojos que lo escuchan. Si leemos con ganas, despertará nuestra necesidad de comprender, y aquellos que se creían excluidos de la lectura se precipitarán en ella tras él.
10) El derecho a callarnos: El hombre lee porque se sabe solo y la lectura es su mejor compañía.
Me quedo con una frase que compone el capítulo 5: "¡Que pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!

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